domingo, julio 19

Artemio Cruz y la segunda muerte de Emiliano Zapata (Parte IV)


Cayó Díaz, y Francisco Madero, en ancas de la revolución, llegó al gobierno. Las promesas de reforma agraria no demoraron en disolverse en una nebulosa institucionalista. El día de su matrimonio, Zapata tuvo que interrumpir la fiesta: el gobierno había enviado a las tropas del general Victoriano Huerta para aplastarlo. El héroe se había convertido en "bandido", según los doctores de la ciudad. En Noviembre de 1911, Zapata proclamó su Plan de Ayala, al tiempo que anunciaba: "Estoy dispuesto a luchar contra todo y contra todos". El plan advertía que "la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan" y propugnaba la nacionalización total de los bienes de los enemigos de la revolución, la devolución a sus legítimos propietarios de las tierras usurpadas por la avalancha latifundista y la expropiación de una tercera parte de las tierras de los hecendados restantes. El Plan de Ayala se convirtió en un imán irresistible que atría a millares y millares de campesinos a las filas del caudillo agrarista. Zapata denunciaba "la infáme pretensión" de reducirlo todo a un simple cambio de personas en el gobierno: la revolución no se hacía para eso.
Cerca de diez años duró la lucha. Contra Díaz, contra Madero, luego contra Huerta, el asesino, y más tarde contra Venustiano Carranza. El largo tiempo de la guerra fue también un período de intervenciones norteamericanas continuas: los marines tuvieron a su cargo dos desembarcos y varios bombardeos, los agentes diplomáticos urdieron conjuras políticas diversas y el embajador Henry Lane Wilson organizó con éxito el crimen del presidente Madero y su vice. Los cambios sucesivos en el poder no alteraban, en todo caso, la furia de las agresiones contra Zapata y sus fuerzas, porque ellas eran la expresión no enmascarada de la lucha de clases en lo hondo de la revolución nacional: el peligro real. Los gobiernos y los diarios bramaban contra "las hordas vandálicas" del general de Morelos. Poderosos ejércitos fueron enviados, uno tras otro, contra Zapata. Los incendios, las matanzas, la devastación de los pueblos, resultaron, otra vez, inútiles. Hombres, mujeres y niños morían fusilados o ahorcados como "espías zapatistas" y a las carnicerías seguían los anuncios de victoria: la limpieza ha sido un éxito. Pero al poco tiempo volvían a encenderse las hogueras en los trashumantes campamentos revolucionarios de las montañas del sur. En varias oportunidades, las fuerzas de Zapata contraatacaban con éxito hasta los suburbios de la capital. Después de la caída del régimen de Huerta, Emiliano Zapata y Pancho Villa, el "Atila del Sur" y el "Centauro del Norte", entraron en Ciudad de México a paso de vencedores y fuzgamente compartieron el poder.

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